Extracto de la homilía de don Rafael (Natividad del Señor)

 NATIVIDAD DEL SEÑOR (25/12/2023)

 

«Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia, que dice a Sión: “¡Tu Dios reina!”»-con estas palabras del profeta Isaías, queridos hermanos, hemos comenzado hoy la proclamación de la Liturgia de la Palabra, en la que se nos invita a reconocer la hermosura del mensaje que nosotros los cristianos tenemos como un gran tesoro, y que el Señor nos invita a no guardar de una forma inconsciente o egoísta, sino a comunicarlo al mundo.

Nuestro mundo, que muchas veces está de espaldas a Dios, no lo sabe pero necesita de Dios. Este mundo, que está ávido de satisfacer sus necesidades más básicas, y que muchas veces se conforma con satisfacer lo más inmediato, necesita vivir en profundidad y encontrarse con la Verdad, con la Luz, con la Vida…

Y, misteriosamente, somos nosotros a los que el Señor ha legado esa responsabilidad y esa tarea preciosa de ser como esos hermosos pies del mensajero que anuncian la paz, que traen la buena noticia y que muestran al mundo el rostro misericordioso de Dios.

 

Descubrir la belleza del Evangelio

El mensaje del Evangelio es de una belleza inconmensurable, no creo que haya cosa más hermosa en el mundo que el mensaje de la Buena Noticia.

Y el mensaje del Evangelio es hermoso porque nos habla de Amor, el mensaje del Evangelio es bello porque nos habla de Misericordia, el mensaje del Evangelio es un mensaje bellísimo porque nos habla de reconciliación, el mensaje del Evangelio es precioso porque nos habla de paz…

Y todo esto lo descubrimos cuando nos encontramos con el que es la Luz del mundo, como hoy san Juan (en su prólogo del Evangelio) nos ha puesto de manifiesto: «La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros».

 

El único camino para llegar a Dios: el camino del testimonio

Y nosotros, los cristianos, tenemos que buscar la forma para que, aquellos que aún no se han encontrado con la Verdad y que todavía no han encontrado el camino de la vida verdadera, puedan hacerlo.

Hoy, en el prólogo de san Juan, el profeta nos habla del Bautista y nos dice que él no fue la Luz, sino testigo de la Luz. Y ese testimonio de Juan hizo que muchos de sus contemporáneos fueran capaces de reconocer en la persona de Jesucristo al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Gracias al testimonio de Juan, muchos reconocieron en Jesucristo al Mesías esperado, al que venía de parte de Dios para traer la Salvación al mundo entero.

 

De igual manera, gracias al testimonio de nuestra vida, muchos pueden encontrarse con el Amor de Dios.

Por eso, hoy, día de la Navidad, el Señor nos abre el corazón y nos invita sobre todo a descubrir el horizonte inmenso que tenemos por delante y en el que deberíamos reconocer que nuestra vida puede ser testimonio o, de lo contrario, se convertirá en una vida estéril y que no servirá absolutamente para nada, desde el punto de vista del creyente.

«Por sus frutos los conoceréis»

El Señor, que nace hoy en la vida de cada uno de nosotros, nos invita a que le abramos el corazón para poder desterrar de nuestra vida las tinieblas: todas aquellas oscuridades que muchas veces acampan en nuestra vida y se instalan en ella; de modo que podamos renacer a esa Vida nueva en la que la Luz, el Amor, la Misericordia, el Perdón, la Solidaridad se imponen, cuando instalamos a Dios en el centro de nuestra vida y lo acogemos en nuestro corazón.

 

Por todo esto, necesitamos tener experiencia profunda de Dios, pues será la única manera de dar testimonio de la verdad: cuando nos hayamos encontrado con Él, cuando Él haya modelado nuestro corazón y haya hecho de nosotros criaturas nuevas.

 

Nuestra vida debe ser semejante a la del Maestro.

El mundo necesita testigos: hombres y mujeres que estén plenamente convencidos de que el camino que lleva a la Vida verdadera es el camino que nos ha mostrado el Maestro: Jesucristo, el Señor.

Porque Jesús nace hoy entre los más pobres y muere como un malhechor, en una Cruz. La misma madera que hoy lo acuna, será después la que le sirva de trono en esa Cruz donde Jesucristo dará la vida por la humanidad.

Y esa lección es la que nosotros debemos grabar a fuego en nuestro corazón el día de la Navidad: estamos llamados a dar la vida los unos por los otros.

 

Buscar tiempo para el Señor en este día

Este día de Navidad, entre turrones y mantecados, debemos dejar un ratito para la profundidad y sacar un momento para hacer una oración, para contemplar al Enmanuel (al Dios con nosotros) y pedirle que nos diga cómo podemos concretar eso que hoy hemos estado reflexionando en la Eucaristía, cómo podemos hacer que nuestro testimonio sea un testimonio creíble y que le sirva a otros para encontrarse con Él… ¿Qué tenemos que cambiar en nuestra vida? 

¿Nos estamos dejando llevar por la pereza y no hemos hecho del compromiso una realidad en nuestra vida?

¿Está el Señor suscitando en nuestro corazón el deseo de tener una vida más cercana a la suya, por medio del perdón? ¿Nos cuesta trabajo perdonar o pedir perdón a los demás?

¿Puede que el Señor nos esté moviendo hoy, día de la Natividad, a que cambiemos algún aspecto concreto de nuestra vida, como pueda ser la falta de esperanza? ¿Tenemos tendencia a ver siempre el vaso medio vacío, y no somos capaces de mirar las cosas con alegría y con optimismo, reconociendo que el Señor está en nuestra vida y que no tenemos de qué preocuparnos, porque contamos con su Gracia, con Su Fuerza y con Su Misericordia?

¿Qué podemos cambiar para que este momento no se convierta en una reflexión más del día de Navidad, sino que nos lleve a ser testigos de la Verdad?

 

Vivir nuestra fe en Comunidad, como nos enseñó Jesús

En el Evangelio que acabamos de proclamar, el Señor termina diciendo que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado Su Gloria: Gloria como del Unigénito del Padre, lleno de Gracia y de Verdad».

Efectivamente, el Verbo se hizo carne y habita entre nosotros. Y hemos de reconocer que no podemos vivir nuestra fe individualistamente, sino que hemos de sentir la presencia del Verbo en medio de la Comunidad cristiana.

Un cristiano que no ha descubierto que tiene que vivir su fe dentro de una Comunidad, es un cristiano que se está privando de descubrir la hermosura del encuentro con Dios entre los hermanos.

 

Si Jesucristo hubiera querido utilizar otra forma para entrar en la vida de cada uno de nosotros, no hubiera hecho a la Iglesia, hubiera utilizado cualquier otro cauce para poder encontrarse con nosotros.

Pero Él ha querido servirse de la Iglesia, esta realidad divina y humana, santa y pecadora (como decían los santos Padres): santa porque su cabeza es santa, porque Cristo es la cabeza de la Iglesia; pero pecadora, por todos y cada uno de nosotros. Y, en esta realidad imperfecta que es la Iglesia, hemos de encontrar a Jesucristo, el Verbo encarnado, que se hace presente en nuestra vida.

Vivamos nuestra fe siempre unidos en la Comunidad, vivamos nuestra fe celebrando con fervor y con alegría los Sacramentos, y aprovechémonos de la Gracia de Dios, que es la Única capaz de transformar nuestra vida y de hacer de nosotros testigos creíbles del Evangelio.

 

«Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclaman la Paz»

Queridos hermanos, nosotros estamos llamados a ser esos mensajeros constructores de paz, constructores de amor, en este mundo que le ha dado la espalda a Dios pero que necesita como nunca de Él.